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Linda y yo habíamos quedado en la cafetería Zurich en pleno centro de Barcelona. Quince años eran demasiados sin verla, se había ido a vivir a Londres con los dieciocho recién cumplidos, en un ataque de rebeldía con su severo padre, yo intenté convencerla, con lágrimas en los ojos le supliqué que no me abandonara en aquel pequeño pueblo donde no había nadie que me entendiera.  Pero ella se fue, me hirió muy hondo que no se preocupara por mí, que rompiera todo contacto conmigo unos meses después, de haberse instalado en el piso de dos jóvenes amigos de un amigo. Habíamos hecho nuestros planes muchas veces, nos iríamos las dos juntas a cualquier ciudad y allí reharíamos nuestras vidas, trabajaríamos de camareras y continuaríamos estudiando hasta acabar la carrera de bellas artes, pero ella rompió el acuerdo, aprovechó la oportunidad que el destino le ofreció y no me tuvo en cuenta.  
 Me quedé sola, sola para enfrentar la vida en aquel pueblucho, sola para plantar cara a mis padres y decirles que no quería ser abogada, que quería ser artista, pintar puestas de sol en la playa y recorrer el mundo con los pinceles en una mochila.Se llevó mis fuerzas y ahora soy Marta Triguero abogada de renombre en esta ciudad catalana que me adoptó hace siete años, sentada en una silla de aluminio esperando a Linda, pero la estaba esperando desde hacía quince años. Nos fundimos en una gran abrazo en cuanto nos reconocimos, las lágrimas acudieron a mis ojos y no dejaban de rodar por mis mejillas, la tenía delante y en una parte era como si no se hubiera ido nunca, pero por otra me di cuenta de que nos separaban océanos de experiencias, que lejos de acercarnos nos apartaban. Su aspecto lo decía todo, nada que ver conmigo, su falda deshilachada hasta los pies, sus abarcas de cuero natural, su melena rizada, sin control sobre sus hombros morenos, y sobre todo su olor, era un olor a flores frescas, era un olor a hierba recién cortada, a agua corriendo de un río, a libertad. Eso era lo que nos separaba, la libertad que se respiraba nada más verla.   

Enseguida nos pusimos al día de lo que habíamos hecho de nuestras vidas, Linda vivía de pequeños trabajos de jardinería, viajaba por muchos países siempre rodeada de gente que conocía a otra gente, todos amigos, todos con el mismo estilo de vida, trabajar lo justo para ganar lo necesario para poder seguir viajando, en busca de ese algo que llamaba a Linda.Yo le expliqué mi vida, vaya, mi forma de vivirla, rodeada de la alta sociedad de esta ciudad mediterránea, libros, juicios, clientes avariciosos que peleaban por trozos de tierras, todos mis clientes eran adinerados, todos ganaban siempre,-         el dinero siempre mueve montañas – le digo a Linda.-         Pues yo no lo creo, si pudiera mover cosas, te hubiera llevado hasta mí hace muchos años- contestó ella.-         Fuiste tú la que te marchaste, ¿por qué debía ir yo en tu busca?-         ¿Por que me amabas?      La piel se me erizó por completo, las palabras se quedaron en mi garganta empujando con fuerza, pero sin saber mover los labios. ¿Cómo podía ella saber eso? ¿Qué pretendía regresando? ¿Sentía lo mismo que yo? Y lo que no dejaba de preguntarme desde que había vuelto a aparecer ¿la seguía amando yo?No tuve que esperar ninguna de mis respuestas, cogió mi rostro entre sus manos allí mismo, acercó sus labios a escasos centímetros de los míos, y me besó.

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Lo más sorprendente de todo fue que yo correspondí, se me olvidó que había gente en la calle, gente sentada a mi alrededor que seguro murmuraría sobre nosotras, sobre nuestra falta de decoro, nuestro apasionado beso duró un segundo, un mundo, una vida, un instante, una eternidad. De pronto cesó y ese mundo regresó al aire que yo respiraba, a mi vida, al instante en el que nuestros ojos se volvieron a encontrar y se preguntaron si podían continuar mirándose, yo sonreí y enseguida Linda me cogió de la mano, me arrastró con ella por las calles de Barcelona hasta llegar a un portal de la calle Princesa, no habló conmigo, no dijo nada, con aquella mirada, con aquella sonrisa, las palabras sobraban, faltaban los hechos. Subimos en el viejo ascensor comiéndonos los labios, recorriendo nuestro cuerpo con las manos sobre la dura tela de nuestros vestidos, tanto deseo reprimido era ahora el momento de liberarlo, años de respetabilidad guardando las formas, teniendo algún amante ocasional para acallar las malas lenguas, teniendo cuerpos sobre el mío que no me gustaban, que el mero olor que despedían me repugnaban, ninguno olía como ella, ese olor a flores y a hierba fresca que me gustó cuando la abracé.Hicimos el amor de una manera brutal en el mismo recibidor del piso, el jarrón rojo cayo al suelo destrozándose con el impacto, la mesita tembló bajo el peso de mi cuerpo, la lámpara vibró con las embestidas contra la pared de nuestros cuerpos, fue violento, fue impulsivo, fue apasionado, fue libre.  

 

 

Horas más tarde, después de múltiples besos, después de múltiples caricias en la bañera, después de una cena que sació nuestro hambre pero abrió nuestro apetito, nos tumbamos relajadas en la gran cama con dosel de aquel piso en la calle Princesa, sus manos expertas enseñaron a las mías que aprendieron rápido, más bien eran autodidactas y querían experimentar por su cuenta cual era el resultado de sus caricias. Al cuerpo de Linda pareció gustarle como la acariciaban mis manos, mis labios, mis pechos se escurrían entre los suyos, nuestros pezones multiplicaban las sensaciones que experimentaban nuestra piel, mi sexo mojado necesitaba una mano que lo condujera al orgasmo, pero Linda me obligó a dejar de tocarme para hacerlo ella a su modo, sus manos y su lengua consiguieron arrancarme un grito que rompió el silencio de aquella casa, un grito de un placer que no había alcanzado ni cuando yo sola jugaba con mis manos e imaginaba su cuerpo entre sombras y vapores, aquel grito me hizo entender que el deseo no entiende de sexos, no entiende de normas ni directrices, el deseo se lleva dentro y no entiende que no le dejen libre.

Mi lujuria me llevó a colmar a mi amante de las mismas caricias, de llevarla a gozar de un orgasmo como el que yo había experimentado, deseaba amarla con la cara descubierta, con la luz encendida, pudiendo ver la hermosura de cuerpo tantas veces soñado, mi lengua saboreó toda su piel, todos sus jugos se desparramaron en mis labios, todos sus olores penetraron en mi,  llegando a mis pulmones y despertando más  mi deseo de llevarla al placer, que antes me había otorgado.  La obligué a tumbase boca abajo, deseaba acariciar su espalda con mis pechos, necesitaba agarrar sus nalgas con fuerza mientras mi lengua lamía sus muslos, mientras su garganta gemía de deseo, pidiendo a gritos que mis dedos entraran en ella enfrebecida por la pasión que mi mano le proporcionaba. El ansia de mis manos, la sed de mi boca la hicieron vibrar bajo mi cuerpo, sus gemidos resonaban bajo el techo del apartamento y salían por las ventanas inundaban las calles estrechas y contagiaban a sus viandantes. Todo en aquella mañana fue sensual, sexual, todo fue, como debía haber sido años atrás…..libre.


7 comentarios »

7 comentarios a “Amigas para siempre… de pandora”

  1. el 12 Abr 2007 a las 12 abril 2007 PR: 4 Tetxu

    Ohh! Qué preciosa historia!
    Si es que el romanticismo no pasa de moda, digan lo digan …

    Besines de Colorines!

  2. el 12 Abr 2007 a las 12 abril 2007 PR: 0 caylu

    me ha encantado esta historia, es muy bonita!!!
    un besote

  3. el 12 Abr 2007 a las 12 abril 2007 PR: 4 Ártemis

    Muy bonita la historia, Pandora.

    Si es que no hay nada como la amistad… 😛

    Besotes!

  4. el 13 Abr 2007 a las 13 abril 2007 PR: 0 Chulopepe

    si yo tmb quiero tener amigas si xdd

  5. el 04 Jun 2007 a las 4 junio 2007 PR: 0 Dácil

    Romanticismo? erotismo! sensualidad y sexualidad!!!

  6. el 31 Oct 2007 a las 31 octubre 2007 PR: 0 arantza

    Que historia mas bella , besitos hermosas

  7. el 31 Oct 2007 a las 31 octubre 2007 PR: 0 arantza

    besitos hermosas , vuestra historia es emocionante , enhorabuena hermosas a vivir el amor

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