MujerLive

En los días grises no hay color rojo. Solo hay vacío y oscuridad. Y recuerdas que igual que un quiste te extirparon la capacidad de alegría y con ella, despellejaron  el color blanco de la ingenuidad de tu alma. El cristal de tus ojos ya no es plano, sino cóncavo. Una concavidad gris oscura como los días, grises.

Y a la vez construyes muros, muros cada vez más fuertes, indestructibles incluso para las mágicas flechas de cupido. Y te acurrucas, casi sin respirar, casi dormida, en algún rinconcito donde aún huele a hierba recién cortada, donde aún calientan débilmente los rayos del sol, donde aún puedes conservar el tiempo que quieras el sabor a de tus labios en mis labios.

Y poco a poco vas recordando que existía un lugar así, que ya habías olvidado y donde apenas viven ya las arañas y lo encuentras cubierto de polvo y escombros, y ni siquiera sabes por dónde debes empezar. No tienes tiempo que perder, hace mucho que lo abandonaste aunque temes, que al retirar el cemento, o el ladrillo puedas aplastar cualquier resto de vida aún latente, temes también descubrir algo de aliento que te obligue a seguir y seguir retirando las cenizas. Descubres en definitiva que tienes mucho trabajo por delante que antaño descuidaste y dejaste para más adelante. Y entonces, vuelves a cerrar los ojos, prefieres seguir durmiendo un poco más, sólo un poco más, mirar para otro lado, seguir la corriente de la gran masa. No te pares a pensar, sólo camina, y nunca nunca, mires hacia atrás. No vaya a ser que encuentres entonces algún rostro lejano que te mire con añoranza y te impida seguir caminando, corriendo.

Pero nunca deberías tropezar entonces, la caída te obligaría a mirarte las rodillas y reconocer la herida, y volver a llorar, y volver a recordar el sabor a sal, y el olor a hierba recién cortada, y sentir los dedos del sol sobre la piel, y entonces, volver a levantarte con más dolor aún, porque ahora, la distancia hacia esos días es aún mayor, y siguen allí, y no desaparecen, y son, como un dulce recuerdo amargo.